Era una mañana como tantas otras, sonó el despertador, me levante, con los ojos llenos de lagañas prepare mate y me disponía a empezar otro día de rutina que lo único que conseguiría es elevar mi espíritu a los confines de un retrete y apachurrar mi alma hasta dejarla a la altura de un insecto, tan feo y viscoso que, de solo pensar la idea de que mi ser se reduciría a ello, me daba escalofríos, en fin, una mañana como tantas otras...Salí a trabajar y lo único que me encontré fue la miseria que azotaba a este lado del mundo, pasadas unas veinticinco cuadras, ya sin ganas de ver mas, llegue a la oficina, todo parecía tan igual a ayer, todo parecía tan frío, todo tan estudiado. -Tenes dos llamadas -dijo mi secretaria. En ese momento no sabia bien que hacer, mi mente comenzó a enhebrar toda clase de pensamientos abstractos pero tangibles a la vez, y me resultaba tentadora la idea de simplemente destruir todo aquel reino de lo perfecto con la total angustia de saber que todo aquello que vi en las calles era real, no era una simple ilusión de plástico que se vende en un shopping o en Mc Donalds. Hable con uno de los dos clientes que habría de fastidiarme sin siquiera haber llegado al trabajo, el solo hecho de saber que tendría que lidiar con burócratas magnates de industrias a los que solo les interesa el dinero y que poco les importa la dignidad de todos aquellos que nos encontramos como burros esclavizándonos para quizá a fin de mes tener en nuestras manos un pequeño pedazo de papel que no alcanza, hacia resurgir en mi interior todas esas ansias adolescentes de mostrar al mundo lo equivocada que esta la sociedad en que vivo, lo perverso de este sistema y nada mas rebelarme contra todo lo establecido. Demostrarles al resto de los habitantes del planeta, que se puede vivir distinto al ideal de vida de antaño, el clásico ¨mi hijo el dotor¨. Una vida mas sencilla, pero no menos feliz, después de todo ¿Quién dijo que la felicidad para todos es tener un titulo universitario en una pared? Ahora, volviendo hacia atrás, usted se preguntara ¿Cómo una persona que trabaja en una oficina puede pensar que no le alcanza? ¿Cómo se puede sentir esclavizado con todas las comodidades que ofrece una linda oficina en la zona céntrica de la ciudad? Pues debo decirle, me importa un carajo todo lo que usted pueda pensar de mi, simplemente le digo que aquí, en esta parte de la ciudad, la miseria se disfraza con la mentira, se disfraza con la estupidez del hombre consumista que tan solo camina evitando llevarse por delante todo aquello que lo acerque a la verdad, cruda es cierto, pero la verdad al fin. Pero hay otros lugares donde la realidad simplemente te pasa por arriba como un tren de carga o como un tanque de guerra sin control.Pero estaba contándoles que estaba en mi oficina, sentado, pensando, viendo a mi secretaria que me miraba como esperando una respuesta, un si surgió de mi boca, de la nada, ella se fue. Llame por teléfono a los clientes que no me dejaron en paz por quince minutos cada uno, gritándome sus problemas, diciéndome que todos los trabajos que les hice estaban mal y que no iban a pagar por algo así, hecho que se había repetido varias veces en el pasado, bajo la misma excusa y por lo cual mi jefe amenazo con echarme si esto se repetía una vez mas, como estaba sucediendo ahora. Este recurso, utilizado una vez mas en este caso por los clientes, es muy empleado por los jefes cuando toman a prueba a alguien en un trabajo. Lo toman unos días, le dicen que hacen las cosas mal y los echan sin pagarles, después toman a otro y ocurre lo mismo repetidas veces hasta que encuentran a uno que lleva a cabo las ordenes y contraordenes tantas veces como sea necesario, dejándolo al borde de la locura, pero sin quejarse por su miserable paga, este es el modelo de empleado ideal. Todo esto llevo a recordarme la cantidad de veces que me sucedió lo mismo cuando era un numero mas en las estadísticas de desocupación y que una vez mas estaba pasando. Con una mueca de resentimiento en mi alma no soporte mas la situación hasta ahí dada, solo tome la mesa de las patas y la arroje por la ventana. -Tranquilícese -dijo mi secretaria.-Ni se atreva a entrometerse en mi camino –dije yo, al mismo tiempo que la amenazaba con una lapicera sin tinta.La mujer se retiro sin chistar, con una mezcla de sorpresa y miedo en el rostro, nadie quería acercarse a mi ante tal manifestación de furia y agresión. Ya en el pasillo, me encontré con un hombre gordo, muy gordo, peinado a la gomina, con un traje de primera, hablando por celular. Se lo ve nervioso, camina de aquí para allá con pasos cortos y rápidos, cada tanto se seca la transpiración de su frente con un pañuelo, dado su nerviosisimo andar por el pasillo, me interrumpía en mi retirada del mundo oficinesco, por así llamarlo. Lo corrí del medio y me metí en la primer puerta que había, la de mi jefe. Estaba con un cliente, un importante empresario, situación que me importo muy poco a la hora de tirarle por los aires los papeles y contratos y arrojar al suelo su computadora. -¿Sabe que? Renuncio –le dije.Me retire de ahí y tome el primer ascensor que encontré a mi disposición. Luego de descender veintidós pisos llegue a la calle. Allí estaban el cielo gris, los mendigos pidiendo algo de comer o para vestirse y al lado una casa de electrodomésticos. En la vidriera había un grupejo de personas mirando la mesa destruida que minutos antes había arrojado yo, y preguntándose que pasaba allá arriba. Otro grupo de personas vaciaban sus cerebros frente al televisor que proyectaba ¨Gran Hermano¨ en vivo y en directo. Contemple este triste paisaje durante unos segundos y mi humanidad se desplazo en dirección a la gente que miraba ese decadente programa televisivo.
-Hay vida fuera de esa caja boba, la realidad esta aquí al lado suyo, –dije mientras señalaba a los mendigos -no ahí adentroLa realidad se volvió aun peor cuando note que la gente no le dio importancia a lo que dije y continuo mirando la pantalla como si nada hubiera ocurrido.Frente a la casa de electrodomésticos había un auto, un hermoso auto, esperándome ahí, solo, sin su dueño. Tome un pedazo de la mesa y rompí el vidrio del lado del conductor. Luego de hacer contacto, puse en marcha el motor y arranque. Pase por la casa de La Pichi, a buscarla, a fugarnos juntos, a vivir en un lugar donde al menos podamos ver crecer nuestros hijos sin la locura de las avenidas, de los horarios, de la gente que te pisa la cabeza para avanzar y de los colectiveros que te llevan flameando agarrado de la puerta porque no entra mas nadie. A ser felices sin mas preocupación que ver morir el sol del atardecer detrás de alguna sierra. Lejos de esa jungla urbana que llaman ciudad.
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